miércoles, 4 de enero de 2012

El asesinato de Carlos

Él moriría aquel día. El atardecer, la calle y el reloj sabían que ese día era el final para Carlos, el joven que recientemente había empezado a trabajar en una pequeña fábrica capitalina, que escondida entre el humo y el ajetreo de la ciudad, guardaba también a un asesino, que bañado por la envidia sería guiado a matar al joven de apenas 21 años.
Era un día como cualquier otro, Carlos se levantó a las 5 de la mañana para bañarse, hacer los mil y un oficios, desayunar y después alimentar a su madre que sufría de una artritis deformativa, y que desde hace un par de años dejó de valerse por sí misma.
Carlos recibió un mensaje de su novia que decía: “Mi amor te deseo un bello día. Te voy a hablar en la noche xq te tengo una sorpresa” al mismo tiempo se dio cuenta que faltaban 20 a las 8 y que sí no corría, llegaría tarde al trabajo.
Se despidió rápidamente de su madre, mencionándole que no se preocupara si venía un poco tarde, porque era día de pago y el tráfico iba a ser un caos.
Abordó el bus, pagó la “cora” al cobrador y viajó por todas aquellas calles llenas de hoyos, que hacían mecer el autobús y desgataba más rápido las llantas. Llegó temprano a la fábrica, se dirigió a su espacio para iniciar la explotación o lo convencionalmente llamado trabajo.
Julio era un empleado que en secreto odiaba a Carlos, porque recibía méritos y elogios de su jefa, quien le guardaba especial estima por ser no sólo un ejemplar trabajador sino un joven capaz de salir adelante.
Luego de la larga jornada, como todos los 15 a las 4:00 pm, los empleados hacían su fila para recibir el pago de la quincena. Carlos recibió lo suyo, salió de la fábrica pasando por dos cuadras que tenían las paredes grabadas de letras, cuando llegó al largo y solitario callejón, dos hombres se le acercaron, uno de ellos dejó entrar en la cabeza de Carlos, dos balas cargadas de pólvora, que hicieron una lluvia con la sangre del joven.
Los asesinos corrieron, uno de ellos era Julio, quien ahora llevaba el doble de su quincena en el bolsillo…
Y así termina la historia. No solamente con una vida, sino también con  una madre tendida en la cama, una novia con la esperanza de formar una familia y un hijo que nunca conocerá a su padre.


En El Salvador la violencia y la falta de valores han llevado a una multiplicación diaria de asesinatos de jóvenes; es tarea mía, tuya y de todos ayudar para que la violencia termine en nuestro país. ¿Y cómo empezamos a ayudar? Dejando de discriminar y lastimar, dejando de reconocer mejores y peores; dejando de declararnos superiores, porque en realidad todos somos inferiores; recordando que todos somos hermanos, y manteniendo siempre la conciencia y justica en nuestros corazones.
¡PAZ EN EL SALVADOR!

Por: Víctor Villanueva

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